Ganó el que tenía a Jude Bellingham | Fútbol | Deportes

No estaban ni Messi ni Cristiano, los hombres que han definido el clásico durante la reciente edad de oro. Y a falta de ambos ganó el equipo que tenía a Bellingham. No le hizo falta al Madrid jugar mejor que el Barça, digamos que jugó peor durante la primera hora y sólo durante la última media mejor, pero una vez más resolvió el partido por la extraordinaria contundencia de este hombre, al que cada vez que me cuesta menos comparar con Di Stéfano, cosa que nunca pensé que diría de jugador alguno. Pero semana tras semana tengo la impresión de que nos hallamos ante un futbolista superior, capaz de manejar el equipo y de llegar a gol.

En Montjuïc lo tuvo difícil por el incesante acoso de Gavi, ese colosal interior que va y viene, que supo secarle en muchas ocasiones y le ganó balones hasta por alto pese a la diferencia de estatura. Mejoró cuando tuvo el refuerzo de Modric, con el que el juego madridista tuvo más hilazón, y también porque el Barça, con el 1-0, el lamento mental por los dos palos que le impidieron mejorarlo, y la fatiga, se fue haciendo prudente de forma progresiva. En esa fase consiguió imponerse a Gavi, coprotagonizó con Modric los minutos de mejor juego de los suyos y sobre todo resolvió con dos goles muy diferentes: el primero, un tirazo desde fuera con tal velocidad que Ter Stegen lo midió mal; el segundo, de cazagoles de borde de área chica, cazando con pillería un balón escapado del control de Modric. Un tanto nacido de un golpe de suerte, desde luego, pero que pudo marcar porque estaba allí, entre el punto de penalti y el área chica, donde se pescan los atunes. Ese es su gran valor, su condición distefanista: estar por tantas partes y también aparecer ahí, infatigable, cuando ya entrábamos en el descuento del partido. Porque el segundo de sus goles fue en la zona Cesarini, en la que tantos partidos ha resuelto el Madrid por su espíritu indesmayable. Una virtud que le reconocen hasta sus peores enemigos, y que ahora encarna este muchacho inglés, llegado en buena hora.

Son 13 goles en 13 partidos, la media perfecta, la matrícula de honor que sólo alcanzan, y en los mejores años de su carrera, los grandes goleadores de la historia. Una sorpresa en un jugador que en su última temporada en el Borussia, obviamente la mejor, pues en las anteriores era todavía un jugador en formación, hizo 14 en 42 partidos. Una media muy jugosa para un centrocampista, sí, pero nada que ver con esto. Y lo más llamativo es que sus goles han sido muy diferentes, como lo fueron los de ayer entre sí. Los hemos visto desde tal o cual distancia, de pie o de cabeza, con toque sutil y golpeo fuerte, fáciles, difíciles y hasta uno imposible, aquel con bote y parábola antes de entrar por la escuadra. Pero siempre con mucha seguridad y sin apenas gastar disparos en salvas, pues su porcentaje de aciertos es descomunal: estos 13 goles los ha conseguido con sólo 34 remates, 21 de los cuales fueron a portería.

Eso, y no el Madrid como tal, fue lo que derrotó a un Barça que mereció más. Jugó mejor la primera hora, marcó pronto, dio dos tiros al palo y bien puede reclamar un grosero agarrón en el área de Tchouameni a Araujo antes del descanso, pero las cosas son así: hay jugadores buenos, los hay muy buenos y por encima de estos quedan jugadores extratipo, que resuelven las cosas cuando con el resto no llega. De estos últimos fueron, y en su nivel siguen siendo, Messi y Cristiano, y de su mano estuvo la solución de muchos clásicos estos años. Ahora el que hay es Bellingham, y ganó quien lo tenía en sus filas.

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