El apoyo al ultra Milei, una moneda en el aire para el expresidente argentino Mauricio Macri

Mauricio Macri, el expresidente argentino que marcó una época al convertirse en el primer mandatario en un siglo que no pertenecía a los dos partidos estelares de la política nacional, ha pasado la última semana viendo cómo el apoyo que brindó a Javier Milei en las elecciones de noviembre se diluyó mientras el ultraderechista empieza a formar su Gobierno.

En un año electoral convulso, Macri (Tandil, 64 años) apostó fuerte. En agosto, le soltó la mano a su delfín centrista, Horacio Rodríguez-Larreta, para apoyar a los halcones de su partido mientras Milei crecía en las encuestas; y en octubre, cuando su candidata, Patricia Bullrich, acababa de quedar eliminada en primera vuelta, implosionó la gran coalición de centroderecha que lo convirtió en el contrapeso del peronismo de la última década para apoyar al ultraderechista. Parecían todas derrotas, pero el 19 de noviembre, cuando Milei arrasó en segunda vuelta con el 55% de los votos, Macri también había ganado.

Su autocrítica, al día siguiente, escondía algún gozo. “Javier Milei tomó el liderazgo del cambio porque nosotros fuimos destiñendo de aquello que proponíamos como revolucionario”, dijo. “Llegamos a la política con propuestas muy similares”. Después, matizó con el escollo que los diferenciaba: “en la búsqueda de volumen político”, lamentó Macri, “nosotros fuimos concediendo”.

Horas antes de esa entrevista televisiva, Macri había visitado a Milei en la sede de campaña que el flamante presidente había levantado en un lujoso hotel del centro de Buenos Aires. No fue su primera reunión, pero sí la oficialización de que el expresidente, uno de los grandes exponentes de esa “casta política” a la que Javier Milei había jurado destruir, se sentaba en la mesa del mandatario electo para organizar el nuevo Gobierno. Las redes sociales se burlaron de Milei, y mientras exigían que cambiara su grito de campaña de “La casta tiene miedo” por un “La casta tiene empleo”, proliferaban los rumores sobre el poder que Macri acumularía en su gabinete. Todo estalló por los aires esta semana, a días de que Milei asuma la presidencia el próximo 10 de diciembre.

Milei acaba de confirmar que Bullrich, exministra de Seguridad de Macri, volverá a ese cargo durante su Gobierno. También que Luis Caputo, el secretario de Finanzas de Macri que acordó pagar las deudas con los fondos buitre para volver a abrir la puerta a los créditos internacionales y después emitió deuda a 100 años para financiar las cuentas públicas, será su ministro de Economía. Ninguno, sin embargo, responderá al expresidente. “Les deseo a ambos el mayor de los éxitos en este compromiso personal que asumen”, les felicitó Macri este viernes. Horas antes, el armador político de Milei, Guillermo Francos, le advirtió que su apoyo político “no significaba haber comprado acciones del Gobierno”.

¿Qué compró entonces? Según el periodista y consultor Ignacio Zuleta, que diseccionó en un libro de 2016 el camino de Macri hacia el poder, fue pura “supervivencia política”. “Macri intenta un acercamiento a Milei por razones absolutamente atendibles: advierte que el voto que llevó a Milei al triunfo es el de su coalición”, dice Zuleta. “Macri hoy cree que tiene que cuidar Milei. Porque si Milei fracasa levantando su mismo programa como estandarte, si Milei fracasa mientras dice que ‘coincide en un 90%’ con Macri, va a arrastrarlo con él y producir una contraola del peronismo”.

Según Zuleta, las elecciones estuvieron marcadas por dos elementos: el rechazo al peronismo gobernante, y un “diagnóstico común” entre los principales candidatos –incluido el peronista Sergio Massa– “de que el problema de Argentina es económico y que la receta debía ser aplicar un programa que una persona de izquierda llamaría neoliberal: reducir el déficit, la inflación, los subsidios, desregular la economía, ajustar de las cuentas públicas, abrir los mercados y volver a tener una relación simpática con el lado atlantista internacional, o sea, Estados Unidos”.

Argentina ha girado hacia la derecha, y Macri, que había llegado al poder en 2015 describiéndose como el presidente de “la diversidad”, mirándose en el espejo progresista de Barack Obama, o incluso anunciando que su partido “había aprendido el valor de la justicia social del peronismo”, ha enterrado su viejo personaje.

“En 2015, Macri llegó al poder mientras el giro a la izquierda en la región mostraba signos de agotamiento, pero algunas de las políticas de ese momento tenían aún alta estima en la sociedad”, dice la doctora en Ciencias Sociales Mariana Gelé, que se ha dedicado a investigar las negociaciones de la política argentina y es coautora de un libro sobre las que encumbraron a Macri en 2015. “Macri necesitaba prometer un cambio, pero también asegurar la continuidad de ciertas conquistas del ciclo anterior que gozaban de popularidad. Ahora, con una crisis muy larga a cuestas, con inflación de tres cifras y dos coaliciones distintas que tuvieron su oportunidad y no solucionaron los problemas, hay otro ánimo. Ahora a Macri se lo ve menos acartonado, menos contenido acerca de la propuesta programática de lo que le hubiera gustado hacer”.

Mientras Milei celebra ser el “primer presidente que gana diciendo que va a hacer un ajuste” y anuncia que los próximos años serán de alta inflación y estancamiento, Macri celebra que el giro ideológico que ha llevado a una mayoría de la población a votar un ajuste fiscal se “transparente”. Milei promete “todo el peso de la ley” a quien desafíe sus medidas en las calles, y Macri alienta a los jóvenes que acompañaron a Milei a defiendan su Gobierno en las calles contra la oposición que “sale a tirar piedras” y a la que define como “orcos”, los malos de una novela de fantasía medieval.

“La jugada de Macri es muy arriesgada”, sostiene Gelé. “Hoy puede sentirse orgulloso porque, en sus términos, ayudó a Milei a frenar al peronismo. Ha ganado al ponerse del lado de un programa claro y nítido en términos ideológicos y económicos. Pero ha puesto en riesgo una construcción partidaria muy costosa y, si le va mal, será muy difícil volver a armar las piezas de su partido, y ni hablar de su coalición”.

Aupado por el partido que fundó tras la crisis de 2001, Propuesta Republicana, la histórica Unión Cívica Radical, el peronismo conservador y otros partidos del centroizquierda a la derecha, Macri fue el primer presidente no peronista que logró concretar su mandato en 40 años de democracia. También fue el primero en presentarse a una reelección y perderla, pero mantuvo su fuerza. Su coalición –o lo que quede de ella después de que Milei asuma el poder– gobierna en nueve de las 23 provincias argentinas y en la capital federal, y es segunda minoría en las dos cámaras del Congreso.

Milei, que tendrá 8 de los 72 senadores y 37 de los 257 diputados, sabe que incluso con el apoyo de toda la coalición macrista no le alcanzará para gobernar. Macri buscaba imponer al presidente de la Cámara baja para garantizarle algo de fuerza, pero Milei se ha decantado por elegir a uno de los suyos. El expresidente, dicen las crónicas políticas de esta semana, “está furioso”. Y no hay nada peor que hacer enojar al empresario multimillonario heredero de un imperio.

“Desde que Macri perdió las elecciones en 2019, en su coalición intentaron jubilarlo y arrancar la carrera por la sucesión”, describe Gelé. “Después de eso, Macri buscó volver al centro de la escena para decir que no era un actor marginado y terminó obturando un proceso necesario en todo partido joven: la sucesión del líder fundador. Macri es un actor de poder indiscutido y, por momentos, impredecible, que no hace lo esperable para fortalecer su partido o por impulsar nuevos liderazgos, si no busca demostrar que él mismo puede cambiar el curso de los acontecimientos”.

Mientras espera en la mesa de Milei, Macri se ha abierto otros frentes. Esta semana, desafió a uno de sus enemigos más antiguos, el futbolista Juan Román Riquelme, con el que competirá en las elecciones por la dirigencia del equipo de fútbol Boca Juniors una vez que los cascotes de acusaciones cruzadas de fraude se barran en los tribunales.

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